miércoles, 26 de noviembre de 2014

Plenitud De: Ingrid Pereira Mesecke, Noviembre de 2014, Chile.-





PLENITUD



No importa que la mariposa
vuele en ascenso tras las nubes.
Si yo aún...tengo miedo.
Y las blancas dentaduras del mar.
Aun se mueven en los hilos estáticos
del tiempo.
Y aún...tengo miedo.
Las serpientes pueden bajar la cabeza
en la arena y mascullar...talvez
su infelicidad salobre, árida.
Aún estoy con la escalera del miedo.
Ahí al acecho como fantasma desmarañado.
No sé porqué; si el transcurrir de un propósito
puede ser bueno...dudo.
Entonces quiero la plenitud.
Que entre como tromba a mi abismo.
Y encienda luces azules.
De cometa o de nave espacial.
Y regresar o ir por la dimensión desconocida.
Caminar por un espacio lúdico y galáctico.
Que me haga ver donde no voy.
Los pasos y las huellas de las hojas secas.
Aferrarme al viento y a la comba que deja
la nave estelar.
Por el sendero de los prototipos.
Hombres marcados y con marcas.
El corazón desnutrido.
Las sienes blancas.
El palpitar de artificio.
Manos en cruz, en doliente
oración de blasfemias.
Y vírgenes de mantos celestiales.
Madres dolidas.
Mujeres golpeadas.
La luz puede quebrarse en la sombra.
Como  cristal de bombilla.
Y los ciclos pueden acercarse.
O desviarse por laberintos hostiles.
Tengo miedo, pero nadie lo sabe.
Miedo de mí.
Miedo de perder la brújula en el viaje
de Altazor y el paracaídas.
Miedo de estrellarme en el astro rojo.
Miedo de desaguarme en jirones de nada.
De tiempo perdido en relojes de bronce.
¿A quién le cuento que es morir en el pantano?
¿Y que por miedo no osé subir a la superficie?
A veces soy valiente, sólo a veces.
Cuando el árbol y el aromo me entregan.
Uno sus flores, otro sus frutos.
¿Buscaré en el Psico-analista de donde proviene
el pavor de una ventisca helada?
¿Me dejaré anudar los dedos al más sutil de
los lazos, para encerrar las heridas ?
No...saldré como encapsulada.
Promovida de motores nuevos.
Impulsada en destellos de asteriode; y lejana.
De escafandra, para no golpearme la cara.
En la orbital cuenca de mis ojos.
Con antifaz y para-rayos vicelados de obscuro.
Y de un pez-rosa de los vientos para que en
el próximo paradero.
Me dé la silla del corsario y me quede quieta
y en plenitud.
No es fácil vivir de los truenos, cuando la savia
de la vida trae ráfagas de innumerables
perdices,
que por rasantes surcos dorados
cambian el vaivén de los océanos.
Estrechas las manos.
Atrapas la silueta.
Y te quedas en el abrazo que proyecta un abanico.
El vuelo de la mosca; entonces molesta.
Las partículas se deterioran.
Estoy aquí sangre y materia.
Agua terrenal y Adviento.





Con Derechos reservados
Santiago de Chile 2014.-

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