domingo, 9 de febrero de 2014

DESIERTO FEBRIL

DESIERTO FEBRIL De: Ingrid Pereira Mesecke, Febrero 8 de 2014, Chile.-

9 de febrero de 2014 a la(s) 12:28
Prudencio Alvear se sentò con los ojos chiquititos, semicerrados, buscando la lejanìa del horizonte, que despuntaba con un sol de rayos amarillos entre nubes rosadas y pàlidas.
Tenìa los ojos grises como un agua de charcos de invierno y arrugas por todas partes que poblaban su cara otrora de facciones finas, quizàs hermosas.
Solo, como una piedra en el camino, como un desierto arriba en las salitreras...sòlo...porque su vida de ermitaño le quedaba bien y la habìa elegido.
Ya no habìa nadie màs que èl en Humberstone.El salitre le gustaba, màs bien lo que contaban sobre el  salitre en el tiempo màs pudiente de la historia, con sus villas y sus casas, las pulperìas y sus fichas de compra, los grandes salones y el baile, la ropa, los muebles, los espejos, traìdos del extranjero.
Por una extraña razòn el minero del cobre, sentìase felìz en ese pueblo fantasma.
Nada màs habìa cruzado la pampa, la Industria Alemana con el salitre sintètico y hasta ahì habìa llegado la pompa y los lujos de una sociedad con Compañìas foràneas que les daban el sustento a los hombres de la costra desèrtica en la altura.
Pese a que Prudencio Alvear era el tìpico hombre de aspecto arcilloso, sumergido en las fauces subterràneas , trepanador del cobre, sentìa una alucinante atracciòn por las salitreras y decidiò sin màs ni màs, establecerse ahì.
De cuando en cuando bajaba al pueblo màs cercano, a abastecerse de un poco de harina, trigo mote, sal ,manteca, azùcar, cafè mate y algunas hierbas,tabaco, cerillas,papas, frejoles, arroz y carne deshidratada que colgaba en los maderos del zaguàn. El agua era lo màs escazo en esa zona, por lo tanto servìase de un gran tambor que llenaba con algùn camiòn cisterna que de tarde en tarde hacìa una inspecciòn del lugar y le traìa el apreciado liquido para poder subsistir.Asì se aprovisionaba de algunos vìveres, aprovechando las bajadas del cisterna.Todos lo conocìan en el Pueblo...todos...como: " El Viejo Loco "
Hijos, muchos que deambulan de aquì para allà por los pueblos calicheros del norte.Ya crecidos buscaron sus destinos, hombres màs ambiciosos que su buen padre; y por esposa una buena mujer que habìa partido desde hacia tiempos eternos.
Las manos cruzadas y en silencio, la piel morena, curtida por los vientos y las sales del norte, la mirada perdida en el tiempo y el espacio.Los recuerdos, las nostalgias invorrables de aquella magnìfica historia de su vida, atada a laberintos existenciales, a tanta fuerza y coraje, a tanto tiempo y esfuerzo, para ganarse el pan en las minas que vomitaban el cobre y en los suelos que regalaban el yodo.
Habìa sido joven, claro, hermoso y alto, delgado como un espantapàjarros de la sierra, alzado allà en las tierras de Mamiña, entre los guanacos, con el viento siempre en la cara que hacìa que sus làgrimas cayeran sin pena, que borbotearan por las mejillas, que se deslizaran lentas por la superficie bronceada de la piel, nada de penas, y si las habìa se las tragaba con un sorbo de cafè, con una pipa y tabaco rubio, para seguir urdiendo la vida, de a pedazos, retazos, pero el puzzle al final del dìa siempre se armaba completo.
Panes en la ceniza que amasaba la madre. Los hermanos pequeños, sucios y andrajosos. El padre arriero.Viajes de guanacos,cabras, alpacas ,llamas que transumaban por los pocos pastos que crecìan en las alturas de Los Andes.
El viento calaba los huesos en invierno y la nieve se hacìa espesa como un manto que no era bien venido, entonces la vida transcurrìa solo dentro de casa y los pequeños pasaban las horas entre los desayunos con leche de cabra, panes calientes cocidos entre los carbones del fuego y arropados con las pocas frazadas y pieles que curtìan despuès de haber faenado una animal para la sopa y el sustento, algunos juegos infantiles y por sobre todo trabajo constante y cansador; porque debìan hacerse hombres.
Prudencio, el mayor era el brazo derecho de su padre. Caminaban horas y dìas por los desfiladeros y faldas del cerro, para llevar pastar los animales en esas regiones en donde el Planeta, se habìa ensañado en hacerles màs difìciles las cosas. A trote de mulas y unos cuantos caballos, los hombres de la pampa andina desplegaban todas sus fuerzas y energìas, para llevar a los rebaños arriba por unos meses en que duraba el pastoreo.
Las madres con los chiquillos quedaban cuidando la casa, realizando las tareas domèsticas y esperando a sus hombres para retomar la vida marital ,desenvolvièndose aguerridamente en esas horas inhòspitas en donde la luz solar pasa rotando los contornos de la tierra y en donde los hielos y los vientos muestras su cara màs indòmita.
Todo eso recordaba Prudencio en una mezcla de lejanìa y presente, que se le venìa como una nube encima de la cabeza y ya no distinguìa si el tiempo se habìa quedado dormido o habìa galopado a trote de jamelgo triste y dolido.
La Mina lo habìa atrapado con una suerte de misterio y maravilla. Los hombres jòvenes, casi niños, seguìan caminando por entre los filones y vetas de las entrañas de la tierra, desgastando la corteza en busca del tan preciado metal que salìa con esfuerzo de palas y picotas en las manos sudadas y siempre rotas de los pirquineros.
Habìa en los piques un embrujo como de mujer. Se sentìan subyugados en ese terreno oscuro y solitario.Las sombras les hablaban al oìdo. Eran valientes, se sentìan valientes. Derrotaban todos los augurios y miedos de las pobres mujeres que calladas sufrìan la angustia de si sus compañeros irìan a ver la luz del dìa.
Siempre corroìa al acecho el miedo. Que se cayeran los maderos  y la fuerza subterrànea se tragara a unos cinco mineros, como habìa sido siempre...como seguirìa siendo siempre.
Dìas enteros, turnos de muchas horas en el asfixiante espacio en donde apenas agachados se movìan para robarle a la mina el metal,èsta a veces se empeñaba en mostrarles una cara siniestra y desalmada, pero los hombres fuertes y llenos de convicciòn por el pedazo de pan, la familia, los hijos...trabajaban
A veces sumbaban pueblos extraordinarios en sus mentes , oìdos y corazòn.Tierras tan lejanas como exòticas.Imaginaban trepar por las olas como veleros y carabelas, montar en pegasos alados, recorrer hielos de cristal, subir al cielo en busca de una nube azul...cualquier cosa, para pasar los momentos monòtonos e infinitos del claustro en la negrura,en la ceguera,  en el vientre de la tierra.
Todo se habìa quedado ahì para Prudencio, guardado en el subconciente de sus horas y sus dìas. Era una mezcla, una amalgama turbia de sensaciones y experiencias compartidas con sus amigos y familia ;enterradas en el olvido que florecìa a veces, pues ya no habìa nada màs que hacer o que pensar, sentado en la entrada de su pobre choza con el bastòn, las manos cruzadas y la mirada perdida en ese cielo de colores que segùn las horas de luz, se vestìa a su antojo.
Sin embargo,habìa tenido buenas historias, historias buenas de trajes, encantos y perfume de mujer en las venas de hombre joven y bien plantado, amèn de un rostro luminoso que brillaba como un sol con esa risa magnìfica de dientes blancos y parejos.
Sentìa el canto de algùn ave en la despojada pradera, unos patos volando hacia el humedal de las alturas y la brisa que doblaba los largos pastos de la soledad.
¡ Cuànto tiempo habìa pasado !
Una larga lista de acontecimientos buenos y malos, caminaban por los pelos de su barba enblanquecida. Y ahora estaba solo y ausente de todo, de la vida, del movimiento de la ciudad, entrometido en la apergaminada superficie del desierto, moliendo las penas, atesorando las alegrìas, en el hilo de humo que subìa desde su boca al sol claro de la mañana.
Unos arrieros lo encontraron tendido,magro, enjuto dentro de la ropa de su cadàver, con las manos siempre cruzadas, la mirada gris y apagada. Tres perros sentados a su costado lamìan sus sienes.
La noche se hacìa lenta y oscura, el viento dejò de silvar sobre la pampa.



Con Derechos de Autor.Inscrito en Santiago de Chile.-

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